Del súper al ‘súper resultado’

Angela Merkel fue al súper a por verduras y logró un «súper resultado electoral». Los analistas destriparon las imágenes de la canciller haciendo la compra en días previos a la votación. Algunos afirmaron que sólo se exhibía porque estaba en campaña, que todo en ella era frío cálculo y dedujeron las posibles coaliciones por el color de los pimientos. Pero lo único seguro es que Merkel necesitaba hacer la compra y llevó su propia bolsa.

A veces, Merkel es la proyección de las filias y fobias de todos los que tienen algo que ver con Alemania y eso crea confusión. Tras su apabullante victoria leeremos alabanzas a su visión estratégica, a su sereno manejo de los tiempos políticos, pero nadie recordará cómo esta mujer, cuando comenzó la crisis griega, era un capitán sin brújula que tardó meses en definir una política que dejara claro que salvar al euro suponía salvar a sus miembros.

Esas vacilaciones de Merkel en 2010, cuyo resultado fue que la crisis de deuda soberana resultara mucho más profunda y larga, han sido olvidadas en favor de un discurso interesado políticamente que pretende hacer ver que hay un diseño maestro germano detrás de todo lo que sucede en Europa.

Merkel no es Thatcher. Su forma de hacer política es más pragmática que ideológica. Un somero repaso a sus actuaciones desautoriza a los que la llaman «neoliberal». ¿Una neoliberal aprobando ayudas sociales de dudosa eficacia y alentando la intervención del Estado en diversas áreas de la economía como prescribe el capitalismo renano? ¿Una neoliberal que antepone sus miedos tecnológicos al bajísimo coste de la energía nuclear?

No, Merkel no es neoliberal. Pero tiene convicciones, las convicciones de una buena administradora, de una buena dueña de su casa. Por eso los alemanes la llaman «Mutti» (mami), porque Angela mantiene la casa en orden, las cuentas equilibradas y todos los hijos tocan a algo en la mesa, aunque sea poco.

Merkel siempre suma. Parece mentira que se haya tomado en serio el rumor de que quería que Grecia se fuera del euro. Ella viene de un país dividido artificialmente, sabe lo que es restar. Por eso su predisposición siempre es a sumar.

Las expectativas sobre Merkel son enormes. La noticia de anoche no es tanto su amplia victoria como la desaparición de los liberales del FDP que dirige Philipp Rösler. Han sido fagocitados por los democristianos porque, entre otras cosas, no han sido capaces de marcar los matices, cosa que el viejo Hans-Dietrich Genscher hacía con notable estilo. ¿Tenían algo que decir los liberales alemanes sobre la Unión Bancaria? Pues nunca se les oyó. Y ahora es tarde.

En cuanto a la economía, la canciller no lo tiene fácil. Seguirá adelante con su agenda en favor de la recuperación de la competitividad europea. En un país tan disciplinado socialmente como Alemania, la primera reacción del ciudadano es aplicarse el cuento en vez de mirar si se lo aplican a los demás. Pero en el resto de Europa las cosas no ocurren igual.

Hay elementos objetivos que hablan de la degradación del mercado laboral germano. Los más de 7,5 millones de minijobs, empleos remunerados con hasta 450 euros por 15 horas semanales, que parecían una buena solución para afrontar la crisis, están comenzando a dar signos de que se consolidan y en muchos casos ya se trata de simple subempleo emboscado.

La situación no tiene nada que ver con el 26% de paro que hay en España, pero para una persona como Merkel, que siempre ha proclamado su interés por el funcionamiento del mercado laboral, éste es un asunto que no se le habrá escapado. Resolver la tensión entre competitividad y degradación del mercado laboral es un reto de envergadura.

El coste de la energía también representa un desafío. La competitividad no puede sostenerse únicamente en el nivel salarial y la capacidad innovadora, también requiere costes energéticos asumibles. Por último, está el asunto de las cajas de ahorros alemanas, fuertemente politizadas en su gestión, y cuya verdadera situación nunca ha aflorado. No es fácil vaticinar qué hará Merkel en esta legislatura. Lo único seguro es que seguirá yendo al súper con su propia bolsa.

john.muller@elmundo.es